viernes, 18 de diciembre de 2009

LA ESCUELA "SUMMERHILL"

Alexander Sutherland Neill (17 de octubre de 1883 – 23 de septiembre de 1973 -- 90 años) fue un educador progresista escocés, siendo sobre todo conocido como entusiasta defensor de la educación en libertad. Nació en Forfar, hijo de un maestro de primaria. Estudió en la Universidad de Edimburgo y obtuvo su licenciatura en 1912. En 1914 trabajó como maestro dentro del sistema público, pero su descontento respecto a la pedagogía propia de la escuela convencional le fue disgustando progresivamente, hasta llevarlo a fundar en Inglaterra la escuela “Summerhill” en 1927, aun en funcionamiento.

“Summerhill” es un internado en el sur de Inglaterra en el que conviven chicos y chicas de los 5 a los 16 años. Han sobrevivido hasta ahora con una fama que llegó a su cumbre en los años 60 y 70 del siglo pasado. Legalmente funciona como escuela privada en la que los niños pueden escolarizarse, pero en muchas ocasiones sus peculiaridades le han expuesto al cierre tras las inspecciones que lleva a cabo el Estado. Continúa abierta y es dirigida por Zoe, la hija de Neill.

En “Summerhill” se desarrolla una educación basada en los siguientes principios:
 La firme convicción en la bondad natural de los seres humanos.
 La felicidad como máximo objetivo de la educación.
 El amor y el respeto como bases de la convivencia.
 La importancia de la corporalidad y la sexualidad.

A partir de estos principios que se relacionan con el pensamiento de Rousseau y Wilhelm Reich la escuela funciona con unas características especiales que la diferencian de las escuelas convencionales. Entre ellas destacan:
 Ausencia de exámenes y calificaciones.
 Asistencia no obligatoria a las clases.
 La asamblea como órgano de gestión.
 Ausencia de reprimendas y sermones.
 Trato igualitario entre niños y adultos.

Para Neill, “”Summerhill” es posible porque el niño responde positivamente al amor y la libertad. El origen de los problemas de algunos niños lo sitúa en la influencia ejercida por una sociedad “enferma” que reproduce sus propios miedos y su violencia. Al contrario, el entorno “sano” que representa la escuela fundada por Neill es la mejor terapia para curar los problemas de los niños y, tal vez, de la sociedad.
Por tanto, no hay que marcar un camino a los niños. Es necesario procurar que se autodeterminen sin coacción y escojan la forma de vida que los haga más felices. El adulto debe evitar proyectar en los pequeños sus anhelos y frustraciones para conseguir este objetivo.

Neill creía que es más importante el desarrollo adecuado de las emociones que el adelanto intelectual. Un niño emocionalmente sano puede sacar recursos fácilmente en el futuro para lo que quiera hacer, incluso ponerse a la altura, en conocimientos y recursos intelectuales, de los niños de la escuela convencional. Aunque desde luego, se oponía a toda forma de competitividad fomentada en los niños. Lo fundamental es el equilibrio emocional, como factor clave para que los niños se hagan personas felices, último objetivo de la educación para Neill como se ha dicho.

Aunque se ofrecen clases y talleres de todo tipo, “Summerhill” es sobre todo una comunidad antes que una escuela. El auténtico aprendizaje se da en la convivencia de chicos y chica, el autogobierno y el ejercicio de la responsabilidad. Gracias e una interacción respetuosa con los demás, los chicos aprenden a vivir en sociedad.
Destaca la importancia dada al juego y las actividades artísticas y creativas, como el teatro o la danza. Frente a esto los libros pasan a un segundo lugar en la educación, y hay materias que desaparecen por completo, como la religión.

También, como freudiano, Neill se oponía con fuerza a la represión sexual y la imposición de valores puritanos estrictos propios de la educación de la primera mitad del siglo XX. Para él, denostar el sexo y la sexualidad era denostar la vida, en una forma de deseo más o menos consciente de muerte.

Es muy importante matizar lo que Neill entiende por libertad. El hecho de que los niños dispongan de un amplio margen de autonomía y libertad no implica que en la escuela reine el libertinaje. La verdadera libertad es la que no supone un abuso de los derechos ajenos. Va asociada al respeto y la responsabilidad. El niño libre se autocontrola, sin que esto suponga represión de ningún tipo, ya que lo hace por la estima en que tiene a los demás debido a un tipo de relaciones con ellos sin miedos ni odio. En esto se basa el aprendizaje de la libertad. Respeto y libertad están íntimamente ligados, y se aprenden, básicamente, conviviendo. Es decir, un niño que toca el tambor a las tres de la mañana y despierta a sus padres no está ejerciendo su libertad, sino abusando, colocándose en cuanto a derechos por encima de los mismos. La convivencia ideal, según la entiende Neill, es una horizontalidad en las relaciones entre niños y adultos en la que ninguno posea todos los derechos y anule los del otro. El autoritarismo tradicional en la educación oprimía a los niños, en cuanto no respetaba sus peculiaridades y forma de ser. Pero la solución no es un libertinaje en el que la tortilla se dé la vuelta, sin dejar de ser la misma tortilla (sociedad autoritaria). Esto es algo que Neill repite a menudo y que produjo enormes malentendidos en muchos padres que quisieron aplicar sus teorías en los años sesenta y setenta del siglo XX.

La asamblea es el órgano de gobierno. En ella adultos y niños intervienen y votan con total igualdad para resolver conflictos o decidir leyes. Su funcionamiento está también reglamentado y existen varios “cargos” sin poder y rotatorios para escribir las actas de reuniones o moderar los debates, por ejemplo. Se reúne una vez por semana de manera ordinaria y en las ocasiones extraordinarias que lo requieran. Además, existe un tribunal y un defensor del pueblo. Como afirma Neill, la asamblea es la verdadera lección en “Summerhill”.

La pedagogía de Neill ha sido tan criticada como querida por muchos. Sus controvertidos principios y el funcionamiento de la escuela que fundara han recibido halagos y críticas de todo tipo. En especial, se ha cuestionado el entorno de aislamiento en que se educa, lejos de una sociedad cuyas reglas son bien diferentes. No obstante, Neill siempre defendió que los niños se adaptarían a cualquier entorno al salir.

LAS CRÍTICAS
Una escuela con estas características, frente la rígida tradición escolar británica, produjo no sólo rechazos sino denuncias de todo tipo. Si bien los intentos por cerrarla fracasaron y hasta se esfumaron presentaciones judiciales contra su fundador, lo cierto es que la sola existencia de Summerhill enjuiciaba el rol disciplinador de las instituciones escolares.

La crítica era fácil hasta por el simple hecho de que, al entrar en Summerhill, uno respiraba un aire liberador pero también observaba una escuela víctima de los estragos que los alumnos hacían en las paredes y mobiliarios.

Los inspectores realizaban voluminosos informes en los que acusaban la ausencia de personal directivo o la falta de contenidos específicos para la formación de los estudiantes. Pero, al mismo tiempo, reconocían la alegría de los niños y niñas, su capacidad creativa, su curiosidad por aprender otras cosas y su creciente autonomía.

Con todo, las críticas al emprendimiento de Neill no sólo provenían de los sectores conservadores. No pocos intelectuales observaron que entre la vida escolar y fuera de la escuela existía un abismo casi insalvable. El mundo que les esperaba a sus egresados no se parecía en nada al espacio democrático y autorregulado de Summerhill. Por tanto, estarían condenados a enfrentar la vida real de las instituciones con sus horarios fijos, exigencias del mercado laboral, falta de solidaridad, etc. Otras críticas apuntaban al origen social -privilegiado- de los alumnos que asistían a una escuela arancelada.

En todo caso, atendiendo a algunas de estas observaciones, se reconocen las contradicciones de un proyecto que se inscribe en un sistema social que se organiza desde una lógica diferente. En tal sentido, el futuro de Summerhill no está tanto en las escuelas que recuperen sus planteos sino más bien en la propuesta de desnaturalizar la vida escolar (¿por qué horarios fijos, lecturas obligatorias, sentarse en un pupitre, exámenes finales, etc.?) para pensar -seguir pensando- en una escuela que forme para la libertad y la solidaridad.

Para conocer un poco más sobre el pensamiento de Alexander S. Neill, transcribimos un fragmento de "Hablando sobre Summerhill" -tomado de Universidad abierta, http://www.universidadabierta.edu.mx/Biblio/N/Neill%20A-Summerhill.htm- donde Neill responde a las preguntas que más habitualmente le han hecho sobre su proyecto educativo.

Hablando sobre Summerhill
A. S. Neill.

Pero el motivo de este libro es, sin embargo, muy claro: deseo responder a los cientos de preguntas que tantos visitantes me han formulado. Y la primera cuestión que encabeza la lista es la siguiente:

¿Por qué el niño ha de hacer solamente las cosas que le gustan? ¿Por qué, si la vida le exigirá más tarde miles de deberes desagradadables?
La respuesta a esta pregunta requeriría un libro muy grueso. Diremos, sin embargo, que ser niño no es lo mismo que ser adulto; infancia quiere decir deseos de jugar y ningún niño juega lo que debería jugar, es decir, bastante. En Summerhill pensamos que sólo cuando un niño ha jugado lo suficiente puede empezar a trabajar y a encarar problemas; lo cual ha sido corroborado por nuestros ex pupilos, perfectamente capaces de efectuar un trabajo que reúna muchas dificultades.

Y como tengo para mí que casi todas las personas aborrecen sus trabajos, suelo preguntar a la gente: "Si usted ganara una fortuna, ¿conservaría su empleo?" Artistas, médicos, algunos maestros, músicos, granjeros, contestan que si; pero muchos responden negativamente, entre ellos los campesinos, dependientes, oficinistas, mecánicos, choferes, todos los que son, en fin, piezas de engranaje de un aparato de trabajo y que no pueden ver el producto completo de su esfuerzo. Es obvio, pues, que la mayor parte de los empleos carecen de auténtico interés, y a los jóvenes especialmente les disgustan. Al respecto hace cincuenta años que William Osler dijo que un hombre ya es viejo a los cuarenta. Y yo digo que a esa edad es todavía joven, pues he observado que los hombres que en mi plantilla aceptan un trabajo pesado -como transportar ladrillos- suelen ser los que ya han sobrepasado los cuarenta. También los he tenido -son las excepciones- más jóvenes; pero los que estaban por debajo de los cuarenta, sólo hubieran hecho ese trabajo si les hubiera sido ordenado. En general, el trabajo es una pesadez odiosa, y la pronta automatización va a librar a muchas personas de su monotonía; pero entonces el problema de paz se plantea de este modo: ¿Cómo la futura sociedad modelada, estandarizada podrá sobrevivir bajo la automatización? El hogar y la escuela, ahogan la libertad, la iniciativa, la creatividad; ambas -hogar y escuela- enseñan al joven cómo pensar y vivir; para lo que le cargan con un bagaje de tabúes. Mucho me temo, pues, que cuando el ocio sea la norma general en nuestra sociedad, los obreros -y por eso mismo, los patronos- serán incapaces de utilizar tal ocio. La prueba de ello está en la comprobación de lo que sucede actualmente: el ocio de que poco a poco el hombre va gozando está empleado en juegos de mesa, en música pop, en mirar a una pantalla de televisión, o a un grupo de individuos que dan patadas a un balón; ocupaciones todas ellas que ni en lo más mínimo tienen algo de creativas o culturales.

Pero en este punto, uno ha de estar alerta, porque ¿qué es cultura? Para ustedes, para mí eso puede ser poesía, música, teatro; pero para el joven es algo muy diferente. Mis discípulos disfrutan tanto oyendo un disco de los Beatles como yo con mi ópera favorita, "Die Meistersinger"; pero en cambio no resisten la lectura de los libros que yo leía en mi juventud..., Conan Doyle, Anthony Hope, Kipling, por ejemplo, y se entusiasman con las historietas del espacio. Y, ¿quién de nosotros se atreve a afirmar que nuestra cultura es superior a la de ellos? Después de todo, la cultura es un movimiento minoritario. ¿Cuántos de nosotros hemos leído a Keats o a Shelley, Tennyson, Browning? ¿Quién lee a Samuel Johnson o a Dryden? Lo más popularizado es tal vez la música; todo el mundo ha escuchado a Beethoven o a Chopin. Sin embargo, cuando hace sesenta años solía asistir a los conciertos del sábado -obras de Paderewski, Pachmann, Elman, Siloti, Lamond- la sala siempre se encontraba abarrotada.
La televisión ha llevado a la gente cierta clase de teatro y también el ballet. El cine, por otra parte, ha dado mucha cultura a muchos. El problema, empero, es que casi todo lo exhibido es efímero; de suerte que un filme de verdad bueno raramente es proyectado más de una vez. Yo daría cualquier cosa por ver una película con Greta Garbo; pero el cine hace que todo pase. ¡Oh, volver a ver otra vez a Buster Keaton con su cara de bufón!

Como siempre, me he desviado del tema. Esto es uno de mis mayores encantos, me dicen algunos. Y yo digo que un escritor aburrido es aquel que nos amartillea sobre el mismo tema.

Bien, volvamos con los deberes a los que se tiene que enfrentar el niño. Pero qué palabra tan fea es ésa de deber; hace recordar a las mujeres que nunca pudieron casarse porque tuvieron que cuidar de sus madres inválidas. El mismo Freud se espantaría si viese aflorar el odio de esas mujeres.

Sin embargo, el deber existe. Yo no puedo quedarme en la cama cuando una clase de matemáticas me está esperando, mis ex pupilos han de enfrentarse con ciertos deberes hacia sus familias, sus trabajos, sus vecinos. En cuanto a los niños criados en un ambiente de libertad, también aceptan sus deberes con facilidad, pero sin hacer de ellos nunca una obsesión. Es decir, se mantienen equilibrados, no se obcecan contra aquellos de quienes parten los deberes, que les ordenan. Si una persona tiene libertad interior, el deber, la obligación, se simplifican. Sí, la palabra deber es fea. Deber significa para la mayoría que un muchacho de diecinueve años esté presto a luchar y a morir por su patria; pero esto se olvida cuando el deber se refiere a uno mismo... Si se quiere gozar de una vida sexual sin trabas, todos los pensamientos antivida se revuelven contra uno. Y es que nuestra sociedad exige el deber de morir, pero no el de vivir.

Nosotras pensamos que Summerhill es un buen método de enseñanza frente al tradicional. Nos parece cierto que el niño necesite libertad, el juego, decidir por sí mismo y otras tantas cosas para formarse como persona. Además, la escuela “Summerhill” motiva a los chicos. En la escuela tradicional, el hecho de que los niños estén obligados a asistir a clase, seguir un horario, hacer exámenes, etc.… desmotiva a los chicos a hacerlo, pero en “Summerhill” como pueden hacer lo que ellos quieran (dentro de las normas que ellos estipulan) tienen más libertad. Además cuando salen de Summerhill se adaptan perfectamente a las normas de la escuela tradicional, como pueden ser asistencia obligatoria a clase, realización de exámenes, etc.

En esta página web podéis encontrar más información acerca de “Summerhill”
WWW.summerhillschool.co.uk

2 comentarios:

  1. tener conciencia de diferentes escenarios, motiva a los individuoas a disenar su propio escenario , teniendo bases de uno y otro , ajustandose perfectamente a escenarios desconocidos. Precisando : escenario A + escenario C... disena un escenario "D".

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Considero acertado , amen de tener mas datos , el Proyecto " summerhill", con ajustes a los tiempos actuales.

      Eliminar